Desde que tengo uso de razón, siempre he tenido alas para volar. Alas que me permitían soñar y planear con ingenuidad por los cielos, donde la Felicidad era el oxígeno que respiraba y los Sueños eran las corrientes que desplegaban mis alas.
Mamá fue la primera que me hizo volar, construyéndome con mimo mis alas de Cariño y Amor. Con esos cuidados interminables y esa protección desmesurada, mi mundo era feliz con su sonrisa, volando alto cuando le llevaba mis notas cubiertas de sobresalientes o descubría el talento natural por el dibujo que ambos compartíamos... Era imposible pensar que existía una vida mejor si no era a su lado.
El tiempo pasaba y yo seguía bien arriba surcando el cielo, esta vez en compañía de mis Amigos. Ellos hacían las veces de corrientes de aire, haciéndome volar cada vez más alto, llevándome a lugares que jamás hubiera descubierto sin ellos. Esos momentos de diversión, las fiestas y locuras que juntos pasamos quedaron grabados en mi corazón. No podía dejar de ser feliz, y me volví adicto a mis amigos, a mi gente.
Más adelante llegó el Amor. En forma de nube esponjosa me invitó a descansar y a disfrutar del momento. Recuerdo cerrar los ojos, y pensar que ya no me quedaban más sueños por cumplir, y me dormí con una sonrisa en la boca, creyéndome el ser más afortunado del mundo...
Cuando desperté, el Amor se había evaporado sin que me diera cuenta, convirtiéndose en el duro y frío suelo de la Realidad. Mis alas, maltrechas y aplastadas por la caída, ya no servían para volar. La fuerza de mis Amigos, que antaño había sido el tornado que me había mantenido en lo más alto, ahora no era más que una ligera brisa que no podía hacerme levantar los pies del suelo. Me había vuelto un Ser Terrenal.
Ahora que estaba en la Tierra, no podía dejar de observar el cielo que tan lejos se encontraba, donde brillan lejos como estrellas mis sueños e ilusiones. Aquí me siento vulnerable y solo, invadido por el miedo de que mi vida nunca volverá a elevarse más allá de la tierra que pisaba. El terror de una vida mundana y transparente.
Mis días pasaban sentados en la dura roca sobre el acantilado, pensando en mi situación actual y la nostalgia de los cielos, pensando si habría alguna solución a la difícil ecuación que se me planteaba.
Finalmente tomé una determinación: Tenía que volver a volar. Mi trabajo, duro y entregado, se convirtió en la forma de conseguir las nuevas alas que abrirían el camino a la felicidad. Día tras día me curtía en mis tareas, dejándome la piel con la esperanza de un futuro prometedor. A veces mi mente volaba sola mientras trabajaba, imaginándome arriba con mis nuevas alas...
Siguen pasando hojas del calendario y mis pies no se despegan del suelo.
¡Qué lento pasa el tiempo cuando uno es incapaz de volar!
Llegará el día en que el trabajo haya terminado, y estas nuevas alas que yo mismo he fabricado, serán capaces de volar de nuevo, esta vez con el impulso de mis propias piernas al correr. Entonces estoy seguro de que, aunque quizás no vuele más alto que nadie, será la Felicidad más genuina que nadie haya podido alcanzar...
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