Hace meses que las señales del mal presagio se hacían notar. El sol se había olvidado de brillar mientras que las nubes teñían el cielo anunciando una época de eclipse vital. El viento susurraba a mis oídos en una lengua invisible que no estaba preparado para aquello que estaba a punto de pasar.
Llegó el día en que el día se hizo noche y las noches desvelos, donde los fantasmas y miedos eran mi mejor compañía. El viento dejó de ser un susurro y se convirtió en tifón, dispuesto a arrasar con todo a mi alrededor. Dejé de vivir una calma tensa para intentar sobrevivir a esta tormenta que parecía no tener fin.
No había sitio seguro ni lugar donde esconderse. La tormenta me buscaba allá donde me intentase esconder. Las sombras se hacían cada vez más grandes. Más oscuras. Mientras nuevas heridas se abrían en mi cuerpo, las cicatrices del pasado que pensé que había dejado atrás volvían para recordarme que todavía seguían ahí.
Las hojas del calendario pasaban lentamente mientras intentaba sacar fuerza de flaqueza, tirar de raza y frenar el viento con mi pecho, parando los golpes con toda la fuerza que tenía. Y sobreviví.
Las nubes desaparecían lentamente en el horizonte, llevándose consigo gran parte de mi fuerza y energía, mientras un tímido sol me regalaba un tímido arcoiris. Cansado y agotado, mis piernas temblaban y las heridas seguían abiertas. Aun así intentaba sonreír pensando que lo peor había pasado y todavía seguía de pie.
Ahora que la tormenta ha pasado... Toca seguir.
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