Qué rapido vuelve todo a estremecerse. Un ligero temblor sacude el suelo por el que piso y las sensaciones ya antaño olvidadas regresan para invadirme por dentro. El techo se resquebraja mientras vuelvo a temer por mí, dándome cuenta de que los buenos momentos están a poco de desaparecer otra vez.
Poco a poco los demonios se van colando entre los huecos. Viejos amigos que vuelven de entre las sombras a abrazarme con miedos y terrores nocturnos. Mis pies están pegados al suelo, pero mi cabeza quiere huir allá lejos donde no puedan volver a encontrarme jamás. A veces pienso que no existe tal lugar.
Llevaba mucho tiempo escondido, viviendo la vida plácida y confortable que me acunaba tiernamente, dejándome disfrutar de buenos momentos ligeros de preocupaciones. Pensé que aquí en el exilio de la felicidad y la vida ocupada los temblores no lograrían alcanzarme. Creí que en una vida laboral ocupada y una agenda apretada supondrían el mayor búnker antiterremotos del mundo, pero finalmente la inseguridad ha cortado mis paredes como mantequilla, y los sismógrafos han vuelto a cobrar vida.
Algún día seré capaz de enfrentar al futuro con valentía y no sólo con ingenuos sueños de niño. Ya sea para abrir un chiringuito de playa, irme a australia a vivir, ser tatuador profesional o quizás para cuidar de un perro llamado Eki. Sólo sé que los cimientos de mi vida necesitan de una mayor fuerza que ahora mismo no tengo. Unos cimientos tan sólidos que ningún terremoto podrá jamás derribar.
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