lunes, 5 de diciembre de 2011

El día de la coronación

El momento se aproxima. Cada día que pasa hace patente lo que está ya por ocurrir. He vivido este momento una infinidad de veces en mi mente, pero ya casi está el momento de materializarse y casi no lo puedo creer. Unas semanas y simplemente a disfrutar.

Escucho la música triunfal sonar por esa sala enorme y alargada, mientras todos aquellos que me han visto crecer estos últimos años se encuentran a los lados, sonriendo y asintiendo con aprobación, haciendo de este largo pasillo una delicia para mi ego. Algunas miradas de envidia otean en el fondo, pero el ambiente de celebración y de alegría hacen que me parezcan invisibles. Marcho despacio por la alfombra roja, con solemnidad y sorbiendo poco a poco este momento que tardará muchos años en repetirse.

Paso a paso, voy rememorando todos los momentos que me han hecho llegar hasta aquí. Aquellos inicios dulces: el momento más feliz de mi vida. La incertidumbre de si llegaría este futuro o todas las enseñanzas que mi mentor atesoraba en mi mente para que algún día este momento llegara. Momentos buenos conjugados con alguna situación agridulce. A decir verdad, no existe la rosa sin espinas, al igual que el placer y el dolor son dos caras de la misma moneda, y hay que saber que la moneda no siempre cae del mismo lado. Y esto es una lección que aprendí hace algunos años ya.

Veo en el horizonte a mi rey, aquel que dándome una de cal y otra de arena, finalmente reconocerá quién soy, y lo que siempre ha brillado en mi interior. Sigo caminando, despacio y sin volver la vista atrás, llenándome con el espíritu de los que siempre me han apoyado y hoy están aquí, expectantes. Me acerco a él, y me arrodillo cual humilde caballero.

Entonces él comienza a hablar, y sus palabras de las cuales apenas recordaré sólo algunas frases sacadas de contexto, harán que me sonroje, mire al suelo y no pueda evitar una sonrisa, como el niño que sigo siendo. Será entonces cuando coloque sobre mi cabeza una corona. Símbolo del éxito y la fortuna, de mi valía como caballero y de la pasión por lo que soy. Una corona que brillará por muchos años sobre mi cabeza.

Cuando eso ocurra, la sala romperá a aplaudir, y esta vez seré yo el que les mire a todos con enorme gratitud, prometiendo seguir siendo yo. Intentando mejorar todavía más, para seguir brillando y hacer realidad mi sueño, el de pertenecer al firmamento donde sólo los más grandes serán recordados.

Finalmente el aprendiz se convirtió en maestro.

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