Dedos que rasgan la vieja guitarra, haciendo que la hueca madera resuene con las embrujadas melodías del sur. Ojos acostados en un rostro que han visto tanto como para que se le caiga el pelo, y a pesar de ello todavía persiste su mirada de niño que se maravilla con curiosidad y admiración del mundo desconocido que le rodea. Mente sencilla que solo sirve para memorizar canciones y corazón humilde escondido en su esculpido cuerpo decorado por innumerables tatuajes, que únicamente sabe sentir al máximo los acordes de su guitarra y amar hasta olvidar su nombre o el de los que una vez fueron sus pilares. Estos son los atributos de una persona que una vez fue alguien a que no sería capaz de perder.
Aun recuerdo las canciones compartidas y los cigarros en la ventana, cargados de humo y de confesiones. Noches de series o de creaciones culinarias, bromeando con abrir nuestro propio restaurante o de convertir mi casa en un hogar para los dos. Memorias de un pasado cercano en el calendario y al mismo tiempo tan lejano como que pertenece a una era distinta. Otros tiempos que ya no considero mejores sino simplemente buenos. Un pasado que no quiero olvidar pero al que tampoco me interesa volver que ahora se me antoja tan vacío como los marcos que todavía cuelgan de la pared.
Quizás el reloj de la pared vuelva a ponerse en marcha para retomar nuestra amistad o tal vez no. El destino y el tiempo son siempre inciertos. Caminos se separan y cuerdas de guitarra que se tensan. Mientras escribo estas líneas sin ningún tipo de rencor o enfado, en mi mente vuelven a sonar los acordes de tu canción y tu voz cantando sobre ellas, desvaneciéndose paulatinamente en el espacio...
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