El sol de la mañana acariciaba suavemente mis párpados, que se abrían tímidamente ante el cálido saludo de sus rayos de sol. En un gesto casi rutinario, mis manos buscaban la complicidad de la piel ajena, pero mi cama albergaba la mitad de sus huéspedes habituales. El olor del café recién hecho entraba en mis fosas nasales, justificando el vacío de la cama.
Decidí levantarme en busca de un sorbo de esos labios que imaginaba ya con sabor de cappuchino siguiendo esta vez el leve tarareo de una tonada que me resultaba familiar. Mientras restregaba mis ojos intentando borrar el sueño de ellos mis pies notaban el frío del parquet con cada paso, que aun no se habían dado cuenta de que las horas de descanso ya llegaron a su fin.
En cuanto mis ojos finalmente estaban listos para ver, fue mi respiración la que decidió parar un segundo. Ahí estabas tú, distraída en tu rutina mañanera, vestida con tu pijama blanco y pantalón corto, con ese pelo recogido tan de faena que tan bien te sienta preparándote el desayuno. Natural, cotidiano y a la vez tan sensual... Creo que nunca me acostumbraré a que seas tan extremadamente sensual...
Debiste notarte observada, porque tus ojos se encontraron con los míos, y en tus labios formaron una amplia sonrisa que llenó la habitación. Viendo mi cara de estupefacción, me devolviste una mirada burlona y "buenos días", tal casual y trivial como lo sería cualquier domingo por la mañana. Me conformo con tan poco...
Y es que cada día es especial, cada momento cuenta, solo hay que vivirlo con los cinco sentidos... y hacer que cada día cuente.
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