Hablar de crisis está de moda. Parece que es lo único que se escucha por los pasillos, en las casas, en el trabajo… Pero nadie habla del instigador, aquel que envenena los oídos de los demás hasta intoxicar, el que siembra la duda en los mercados, en la cabeza, en el corazón. La crisis es como un virus que se propaga hasta explotar.
Él te dice que las cosas no son lo que parecen… que tengas cuidado del peligro inminente, de la bolsa que cae, de tu mejor amigo, del que tienes al lado... Al principio tus cimientos bien asentados resisten ante comentarios y dudas sin hacer mucho caso a lo que se dice por ahí. El problema es cuando no es un único especulador, sino que se van amontonando uno a uno detrás de tu puerta, advirtiéndote de los posibles peligros del mundo... Ccuando llega el enésimo especulador... Ese enésimo… siempre lo dice en un tono especial, distinto que el resto, a modo de gancho sorpresa. Las defensas caen y las bacterias de las dudas se infiltran bajo los poros, contagiando la incertidumbre a modo de solución intravenosa.
Vas notando como el miedo se transmite de tu brazo hasta la médula, y el pánico inunda tu mente. La fiebre sube y tus ojos lagrimean, porque ya has perdido la batalla. Has caído en sus brazos y eres un títere del terror. Es la madre de todas las crisis. Mientras, el especulador ya se ha ido, porque ya ha hecho su trabajo.
Convaleciente, te recuperas del golpe poco a poco, reactivando la confianza, buscando solución a esos cimientos que no aguantaron lo suficiente. En el fondo, la culpa es tuya por no ser fuerte, por no confiar... Con el paso del tiempo, la mejor medicación es el espejo, para autoanalizarse, el microscopio, para analizar, y una inyección de confianza que te permita seguir hacia adelante. En cuanto te das cuenta de cuáles son los errores, lames con celo las heridas de batalla y, con la misma dignidad de un gato, regresas al terreno de juego. Ya me voy encontrando mejor…
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