Vivimos en un mundo de sueños. El aire que respiramos es la gasolina de estos deseos que millones de personas ansían por cumplir. Cada día y a cada instante, el oxígeno que recorre nuestros pulmones combustiona para ser el impulso que nos empuja a luchar por nuestros anhelos: Esa reunión que me valdrá el ascenso, ese sprint para ver a mi ese nuevo chico que "podría ser el definitivo" o la fuerza para levantar cinco kilos más en el press de banca. Todo para ser mejor, para no estar solo, sentirme realizado, verme más fuerte, más guapo... Millones de sueños de todo tipo entremezclados en el aire, pugnando por dejar de ser mero humo para cristalizarse en una realidad.
En un mundo repleto de sueños y soñadores también hay sitio para hay criaturas extrañas que no son capaces de soñar. Seres misteriosos que se ocultan entre la gente, al tiempo que intentan simplemente vivir y disfrutar del mundo, tal y como lo hacen el resto de los mortales.
En un mundo repleto de sueños y soñadores también hay sitio para hay criaturas extrañas que no son capaces de soñar. Seres misteriosos que se ocultan entre la gente, al tiempo que intentan simplemente vivir y disfrutar del mundo, tal y como lo hacen el resto de los mortales.
Tal es el caso de Mimethos.
Mimethos es fruto de la unión de un rayo de luna y de las profundidades de un espejo. Su nacimiento es un misterio, pero se dice que las memorias acumuladas de este objeto, iluminadas por la tenue luz de la luna salieron del reverso del espejo en busca de vivir aquello que tantos años habían sido testigos como marionetas de las personas del mundo real.
A pesar de ser fruto del deseo del espejo, los ojos grises Mimethos no podían ver más allá de lo que tenía enfrente. El aire que insuflaba los corazones de la gente permanecía estanco en él, sin capacidad de tejer en su interior ni el más mínimo anhelo. El homúnculo, que a pesar de su incapacidad de soñar era bastante inteligente, pronto acertó a darse cuenta de su carencia y fue capaz de encontrar una solución: Puesto que había nacido de las entrañas de un espejo era capaz de reflejar para sí los sueños ajenos y se los autoimponía como propios. Pronto empezó a ambicionar aquello que la personas de su alrededor ambicionaban. Tener una pareja, éxito profesional, más amigos, un mejor coche...
Tal era la capacidad de proyectar los sueños de los demás para sí que nadie podía decir que no era uno de nosotros. Metido en la espiral de la sociedad empezó a construir su lugar en el mundo basado en los impulsos ajenos, olvidando casi que aquellos deseos no le pertenecían. Pasaban los años y los éxitos de Mimethos se contaban por decenas, convirtiéndose en la envidia de aquellos que le rodeaban.
El tiempo como siempre se convirtió en el verdugo de sus miserias. Y es que por mucho que el homúnculo intentara saborear los frutos de sus logros, todos ellos le parecían insípidos y carentes de significado. Bebía sin tener sed, follaba sin sentir el más mínimo deseo, y aun así tenía hambre de algo que no sabía qué era. Aunque se afanaba por estudiar con detenimiento el interior de los que consideraba sus iguales no encontraba nada que pareciera siquiera interesarle.
Media vida pasó buscando y otra media lamentándose de la soledad que sentía. Aquellos ojos que reflejaban las ilusiones de demás comenzaron a oscurecerse, y el aire que era un mero testigo de sus hazañas y proezas comenzaba a pudrirse en sus pulmones. Mimethos empezó a odiar a la humanidad soñadora que le rodeaba y decidió alejarse de ellos. Solo y amargado se miraba día tras día al espejo, en un intento desesperado de copiar los sueños de su reflejo.
Su bella sonrisa se torcía en una mueca horrible, mientras que sus ojos se entrecerraban cansados de ver victorias vacías, hartos de ver la ironía que suponía que su mayor sueño era poder soñar como los demás. Mimethos aprendió de la forma más dura que el secreto de la felicidad se hallaba en perseguir sus propios sueños, disfrutando del camino y aprendiendo de las victorias y las derrotas, pero de nada servía si esas ambiciones no tenían nada que ver con uno.
Cansado de vivir una vida que no le pertenecía tomó una determinación. Quizás la única que nació legítimamente de sus frías entrañas. Una noche de luna nueva en la que no había estrella que brillara en el cielo decidió acabar por fin con su vacía existencia. Se sumergió lentamente en el mar mientras pronunciaba un mantra "No debes tener ningún sueño, los sueños nunca se hacen realidad". Su voz se perdía en el aire que flotaba como una letanía. A cada paso Mimethos desaparecía bajo las aguas sin dejar de repetir su oración "no debes tener ningún sueño, los sueños nunca se hacen realidad"...
Nadie volvió a ver a Mimethos, pero cuenta la leyenda que días más tarde una joven rescató de la playa un pequeño espejo de mano. En el reverso se podía leer una palabra "MIMETHOS"
Mimethos es fruto de la unión de un rayo de luna y de las profundidades de un espejo. Su nacimiento es un misterio, pero se dice que las memorias acumuladas de este objeto, iluminadas por la tenue luz de la luna salieron del reverso del espejo en busca de vivir aquello que tantos años habían sido testigos como marionetas de las personas del mundo real.
A pesar de ser fruto del deseo del espejo, los ojos grises Mimethos no podían ver más allá de lo que tenía enfrente. El aire que insuflaba los corazones de la gente permanecía estanco en él, sin capacidad de tejer en su interior ni el más mínimo anhelo. El homúnculo, que a pesar de su incapacidad de soñar era bastante inteligente, pronto acertó a darse cuenta de su carencia y fue capaz de encontrar una solución: Puesto que había nacido de las entrañas de un espejo era capaz de reflejar para sí los sueños ajenos y se los autoimponía como propios. Pronto empezó a ambicionar aquello que la personas de su alrededor ambicionaban. Tener una pareja, éxito profesional, más amigos, un mejor coche...
Tal era la capacidad de proyectar los sueños de los demás para sí que nadie podía decir que no era uno de nosotros. Metido en la espiral de la sociedad empezó a construir su lugar en el mundo basado en los impulsos ajenos, olvidando casi que aquellos deseos no le pertenecían. Pasaban los años y los éxitos de Mimethos se contaban por decenas, convirtiéndose en la envidia de aquellos que le rodeaban.
El tiempo como siempre se convirtió en el verdugo de sus miserias. Y es que por mucho que el homúnculo intentara saborear los frutos de sus logros, todos ellos le parecían insípidos y carentes de significado. Bebía sin tener sed, follaba sin sentir el más mínimo deseo, y aun así tenía hambre de algo que no sabía qué era. Aunque se afanaba por estudiar con detenimiento el interior de los que consideraba sus iguales no encontraba nada que pareciera siquiera interesarle.
Media vida pasó buscando y otra media lamentándose de la soledad que sentía. Aquellos ojos que reflejaban las ilusiones de demás comenzaron a oscurecerse, y el aire que era un mero testigo de sus hazañas y proezas comenzaba a pudrirse en sus pulmones. Mimethos empezó a odiar a la humanidad soñadora que le rodeaba y decidió alejarse de ellos. Solo y amargado se miraba día tras día al espejo, en un intento desesperado de copiar los sueños de su reflejo.
Su bella sonrisa se torcía en una mueca horrible, mientras que sus ojos se entrecerraban cansados de ver victorias vacías, hartos de ver la ironía que suponía que su mayor sueño era poder soñar como los demás. Mimethos aprendió de la forma más dura que el secreto de la felicidad se hallaba en perseguir sus propios sueños, disfrutando del camino y aprendiendo de las victorias y las derrotas, pero de nada servía si esas ambiciones no tenían nada que ver con uno.
Cansado de vivir una vida que no le pertenecía tomó una determinación. Quizás la única que nació legítimamente de sus frías entrañas. Una noche de luna nueva en la que no había estrella que brillara en el cielo decidió acabar por fin con su vacía existencia. Se sumergió lentamente en el mar mientras pronunciaba un mantra "No debes tener ningún sueño, los sueños nunca se hacen realidad". Su voz se perdía en el aire que flotaba como una letanía. A cada paso Mimethos desaparecía bajo las aguas sin dejar de repetir su oración "no debes tener ningún sueño, los sueños nunca se hacen realidad"...
Nadie volvió a ver a Mimethos, pero cuenta la leyenda que días más tarde una joven rescató de la playa un pequeño espejo de mano. En el reverso se podía leer una palabra "MIMETHOS"
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