Aunque evitas su mirada, notas como sus ojos te observan con curiosidad. Sin que te des cuenta te sientes más cansado, y notas tu cuerpo encorvarse como si de repente fueras consciente de que llevaras una gran carga a tus espaldas. Tus ojos se apagan y tu cabeza entra en letargo. Intentas pensar que todo sigue igual de bien que ayer y decides hacer la cena, distraerte con cualquier cosa mientras ella sigue inmutable en el sofá.
Algo te desvía del camino que llevabas y parece que no puedes hacer nada bien. Cortas torpemente las verduras y se te caen las cosas mientras intentas preparar la comida. Hoy la comida tiene un regusto amargo que te recuerda a ella. El pensamiento de que hoy no es tu día se cruza por la cabeza y decides darte una ducha para despejarte. El agua y el vapor sirven de evasión momentánea al influjo de la chica de azul, pero una vez sales del paréntesis tu cabeza vuelve a resetearse.
Te tumbas en la cama desnudo mirando a ninguna parte. Tu cuerpo reacciona solo y tus extremidades juntarse formando un ovillo. Notas el vacío dentro de ti y una sensación de caída a cámara lenta en las profundidades de tus pesadillas. Es entonces notas que ella se ha acostado a tu lado envolviéndote con suavidad. Su tacto frío y suave se convierte en parte de ti.
Melancolía, la marchita dama de la soledad yace a tu lado, y aunque sabes que no te conviene, no eres capaz de pedirle que se vaya. Vete... pero no me dejes solo...
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