El sol de la mañana acariciaba suavemente mis párpados, que se abrían tímidamente ante el cálido saludo de sus rayos de sol. En un gesto casi rutinario, mis manos buscaban la complicidad de la piel ajena, pero mi cama albergaba la mitad de sus huéspedes habituales. El olor del café recién hecho entraba en mis fosas nasales, justificando el vacío de la cama.
Decidí levantarme en busca de un sorbo de esos labios que imaginaba ya con sabor de cappuchino siguiendo esta vez el leve tarareo de una tonada que me resultaba familiar. Mientras restregaba mis ojos intentando borrar el sueño de ellos mis pies notaban el frío del parquet con cada paso, que aun no se habían dado cuenta de que las horas de descanso ya llegaron a su fin.
En cuanto mis ojos finalmente estaban listos para ver, fue mi respiración la que decidió parar un segundo. Ahí estabas tú, distraída en tu rutina mañanera, vestida con tu pijama blanco y pantalón corto, con ese pelo recogido tan de faena que tan bien te sienta preparándote el desayuno. Natural, cotidiano y a la vez tan sensual... Creo que nunca me acostumbraré a que seas tan extremadamente sensual...
Debiste notarte observada, porque tus ojos se encontraron con los míos, y en tus labios formaron una amplia sonrisa que llenó la habitación. Viendo mi cara de estupefacción, me devolviste una mirada burlona y "buenos días", tal casual y trivial como lo sería cualquier domingo por la mañana. Me conformo con tan poco...
Y es que cada día es especial, cada momento cuenta, solo hay que vivirlo con los cinco sentidos... y hacer que cada día cuente.
martes, 30 de agosto de 2016
jueves, 25 de agosto de 2016
El Daruma blanco
Varias leyendas corren acerca de esa misteriosa figura llamada Daruma. Proveniente de las lejanas tierras del Japón, este ídolo que adora muchas casas alrededor del mundo se inspiran en Bodhidaharma, un afamado budista proveniente de la India.
Las viejas leyendas cuentan que sus pasos le llevaron a China, donde permaneció nueve años meditando en el mismo lugar, en la misma roca. Su pasión y devoción le llevaron a arrancarse los párpados, para evitar que la somnolencia atacase sus sentidos. A su mente, clara en su objetivo, poco le importaron que sus brazos y piernas se secaran de la inmovilidad, o que su manto rojo prácticamente se convirtiera en su segunda piel mientras que su cara se poblaba incansablemente de vello, donde sus cejas y su barba se fundieron en una mata de pelo que le cubría el rostro. Bodhidharma, que así se llamaba este célebre monje, se convirtió en leyenda gracias a su motivación y su virtud incansable por perseguir aquello que buscaba.
Siglos más tarde, Bodhidharma se transformó en Daruma, el icono de aquellos que deciden confiar en él para perseguir sus sueños. Dicen que el rojo de su manto y una de las cuencas de sus ojos pintadas recuerdan al fiel que aun no ha cumplido aquello que tanto anhelaba y que aun queda para cumplir sus objetivos.
Mi Daruma viste desde principios de año con un manto blanco. El manto del equilibrio rezando porque por mucho que vuelen las olas sobre mi barca, mi rumbo seguirá firme y en su dirección. Bien es cierto que muchas olas han movido mi embarcación y que en algún momento reciente he sentido que daba vueltas en círculo alrededor de un estanque.
Hoy miro a mi Daruma blanco, aun tuerto de un ojo, y esbozo una sonrisa feliz, que me hacen pensar que antes de que la última hoja del calendario caiga por fin nos podremos mirar a los ojos.
Las viejas leyendas cuentan que sus pasos le llevaron a China, donde permaneció nueve años meditando en el mismo lugar, en la misma roca. Su pasión y devoción le llevaron a arrancarse los párpados, para evitar que la somnolencia atacase sus sentidos. A su mente, clara en su objetivo, poco le importaron que sus brazos y piernas se secaran de la inmovilidad, o que su manto rojo prácticamente se convirtiera en su segunda piel mientras que su cara se poblaba incansablemente de vello, donde sus cejas y su barba se fundieron en una mata de pelo que le cubría el rostro. Bodhidharma, que así se llamaba este célebre monje, se convirtió en leyenda gracias a su motivación y su virtud incansable por perseguir aquello que buscaba.
Siglos más tarde, Bodhidharma se transformó en Daruma, el icono de aquellos que deciden confiar en él para perseguir sus sueños. Dicen que el rojo de su manto y una de las cuencas de sus ojos pintadas recuerdan al fiel que aun no ha cumplido aquello que tanto anhelaba y que aun queda para cumplir sus objetivos.
Mi Daruma viste desde principios de año con un manto blanco. El manto del equilibrio rezando porque por mucho que vuelen las olas sobre mi barca, mi rumbo seguirá firme y en su dirección. Bien es cierto que muchas olas han movido mi embarcación y que en algún momento reciente he sentido que daba vueltas en círculo alrededor de un estanque.
Hoy miro a mi Daruma blanco, aun tuerto de un ojo, y esbozo una sonrisa feliz, que me hacen pensar que antes de que la última hoja del calendario caiga por fin nos podremos mirar a los ojos.
jueves, 18 de agosto de 2016
Noventa metros
El día que nacemos se convierte en una fecha señalada. Cada año celebramos que nuestra historia se ha perpetuado un año más, deseando nuestros ojos puedan ver como otros doce meses pasan ante nuestros ojos. Nuestro gran triunfo es permanecer vivos y celebramos haber exhalado nuestra primera bocanada de aire... hasta que el último suspiro brota de nuestros pulmones para apagar como una vela nuestra vida. En esta visión de la vida, vemos como el tiempo conforma una línea desde el día uno hasta el último. Una especie de mecha que se prende el día que nacemos y va recorriendo ese hilo hasta que un día explota.
Hace una semana una mecha llegó a su fin. Noventa metros de historia, con una vida llena de logros, sacrificio y una gran familia a sus espaldas. Noventa metros de experiencias y aventuras, empezando por India, pasando por Marruecos y acabando en las idílicas Canarias. Una vida completa... ¿Pero habrá sido plena?
Nos separan algo menos de sesenta años, y pienso que yo no conocía realmente a mi abuelo y que quizás tampoco sentía nada por él. Mis ojos derramaron lágrimas en su funeral, pero eran por los hijos que deja huérfanos y perdidos tras años dirigiendo sus vidas, pero ninguna fue por él. Pienso que mis primos y hermanos sentían lo mismo... y ello me hace pensar que la vejez es muy cruel, y más lo somos los jóvenes.
Algún día la mecha por la que transcurre mi vida estará tan raída como lo estaba la de mi abuelo, y quiero pensar que mis nietos querrán disfrutar y estar conmigo antes de que estalle, que yo seré capaz de tenerlos cerca... Supongo que son necedades de jóvenes... y al final el tiempo acabará dictando quién tenía razón. Si mi abuelo o yo.
Hace una semana una mecha llegó a su fin. Noventa metros de historia, con una vida llena de logros, sacrificio y una gran familia a sus espaldas. Noventa metros de experiencias y aventuras, empezando por India, pasando por Marruecos y acabando en las idílicas Canarias. Una vida completa... ¿Pero habrá sido plena?
Nos separan algo menos de sesenta años, y pienso que yo no conocía realmente a mi abuelo y que quizás tampoco sentía nada por él. Mis ojos derramaron lágrimas en su funeral, pero eran por los hijos que deja huérfanos y perdidos tras años dirigiendo sus vidas, pero ninguna fue por él. Pienso que mis primos y hermanos sentían lo mismo... y ello me hace pensar que la vejez es muy cruel, y más lo somos los jóvenes.
Algún día la mecha por la que transcurre mi vida estará tan raída como lo estaba la de mi abuelo, y quiero pensar que mis nietos querrán disfrutar y estar conmigo antes de que estalle, que yo seré capaz de tenerlos cerca... Supongo que son necedades de jóvenes... y al final el tiempo acabará dictando quién tenía razón. Si mi abuelo o yo.
miércoles, 10 de agosto de 2016
El templo de los masones
Las ruedas del avión se posan con brusquedad sobre la tierra de mi niñez, mientras mi mente en medio del sueño y la ensoñación se trasladan a un edificio que aun hoy se erige a un par de calles de mi antiguo hogar. Este edificio no es otra cosa que un templo de los antiguos masones que se habían establecido en mi ciudad. Lejos de esconderse, este edificio s colocaba ufano al lado de la iglesia, compitiendo en columnas y majestuosidad con ella y coronada al más estilo griego con una fachada triangular, que para terminar de rematar un ojo abierto observaba a todo aquel que pasara a través de su campo de visión.
Creo que un edificio tan particular y extravagante, rompiendo con la estética de la pequeña calle escondida, no podía sino emanar un aire mágico y misterioso, un magnetismo que hacía que cada día que pasara por enfrente suyo no pudiera sino devolverle la mirada al pétreo ojo que todo lo ve. He de reconocer que han habido días en los que me quedaba mirando desde los barrotes que impedían la entrada con detenimiento el edificio, imaginando los ritos y celebraciones que se debían hacer allí. Siempre he fantaseado con que los masones que un día habitaron ese edificio eran en realidad magos, brujos y encantadores que en oscuros ritos convocaban poderes mágicos y ancestrales pasados de generación en generación.
En días como hoy, donde la desesperación y la oscuridad se comen mi alma a bocados, se me antoja tentador visitar de nuevo este edificio, atreviéndome a saltar los barrotes que me separan de la puerta y sorprender a la nueva generación de encantadores que han seguido con el negocio familiar. Así al fin, podría comprar el remedio a la infelicidad que me embarga... ¿El precio? Ya habrá tiempo de negociar...
Un toque en el hombro me saca de mis fantasías. Una señora que quiere sacar su maleta del avión me insta a que me dé prisa por salir. No puedo evitar estremecerme, uno de sus ojos.... es como si fuera de piedra, como si fuera el del templo de los masones... La señora sonríe ligeramente... y me guiña su ojo de mirada pétrea.
Creo que un edificio tan particular y extravagante, rompiendo con la estética de la pequeña calle escondida, no podía sino emanar un aire mágico y misterioso, un magnetismo que hacía que cada día que pasara por enfrente suyo no pudiera sino devolverle la mirada al pétreo ojo que todo lo ve. He de reconocer que han habido días en los que me quedaba mirando desde los barrotes que impedían la entrada con detenimiento el edificio, imaginando los ritos y celebraciones que se debían hacer allí. Siempre he fantaseado con que los masones que un día habitaron ese edificio eran en realidad magos, brujos y encantadores que en oscuros ritos convocaban poderes mágicos y ancestrales pasados de generación en generación.
En días como hoy, donde la desesperación y la oscuridad se comen mi alma a bocados, se me antoja tentador visitar de nuevo este edificio, atreviéndome a saltar los barrotes que me separan de la puerta y sorprender a la nueva generación de encantadores que han seguido con el negocio familiar. Así al fin, podría comprar el remedio a la infelicidad que me embarga... ¿El precio? Ya habrá tiempo de negociar...
Un toque en el hombro me saca de mis fantasías. Una señora que quiere sacar su maleta del avión me insta a que me dé prisa por salir. No puedo evitar estremecerme, uno de sus ojos.... es como si fuera de piedra, como si fuera el del templo de los masones... La señora sonríe ligeramente... y me guiña su ojo de mirada pétrea.
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