Estábamos solos en la habitación. El sol caía lentamente y su luz anaranjada transformaba la escena en un corte de película de los años 20. El aire se había vuelto más pesado, como eléctrico, y cada vez que respiraba mis pulmones chispeaban con la tensión.
Lentamente sus pasos le aproximaban hacia mí. Caminaba silencioso y con seguridad. Un toque confiado y altanero brillaba en sus ojos, sabedor de que su presa jamás escaparía de él. Sus ojos... Cuando cierro los míos todavía veo los suyos observándome. Los chispazos se concentraban en mi pecho.
Mis manos se apretaban como puños, arrugando la colcha sobra la que estaba sentada. Mi cuerpo se hallaba rígido como una tabla, víctima de tantas chispas sobre él. Observaba cómo se acortaba el espacio entre nosotros, mientras mi cabeza se mantenía erguida en una ingenua forma de desafío. Mi mirada se mojaba ligeramente en la emoción, llena de preguntas e interrogantes. Él ya estaba frente a mí.
Mis ojos se rindieron a la batalla y se abandonaron a la oscuridad. Su mano se posó sobre mi mejilla, recorriendo mi pelo. Acariciando mi nuca... Mi cuerpo sufrió una sacudida eléctrica y se hizo más sensible. Sensible a sus manos que recorrían mi rostro. Sensible a su aliento que se acercaba a mi cara. Sensible a los labios que besaban a los míos.
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