"Despacio, sin forzar el mecanismo. No pares, que si no se oxida..."
Anoche soñé que era un humilde juguetero. De esos, de los de antes que fabricaban sus juguetes a mano. Coches, animales y cientos de cosas que se pasaban por mi imaginación. Perros que saltaban, bólidos que en cuanto se activaban corrían hasta el infinito, barcos que surcaban los siete mares o pájaros que saltaban alegremente mientras piaban su dulce canción.
Lo que más me fascinaba de mi trabajo eran los mecanismos que instalaba en cada juguete. Cada uno era distinto y siempre procuraba mejorarlos. Mi sueño era hacer los mejores animales, los vehículos más veloces y sobre todo, aquellas creaciones que hicieran más felices a los niños.
Por las noches, leía los manuales de los relojes suizos. Esos que decían que nunca se rompían y que eran los más precisos para aplicar mis estudios a mi pasión. Algunas noches me descubría soñando en nuevas ideas que me desvelaban a medianoche con ansias de ponerlas en práctica.
Realmente amaba mi trabajo
La verdad es que mi cometido era bien apreciado por los niños del lugar, que premiaban mis juguetes con sonrisas y monedas. Con el tiempo, me daba cuenta de que su disfrute y sus palabras eran suficiente recompensa para mí, pues sus risas provocaban en mí un calor tan agradable que me servía para motivarme en un intento por sorprenderles cada vez más.
En mi haber tenía cinco juguetes: Los más preciados de mi colección. En ellos volcaba mi tiempo libre. Dos de ellos eran obras maestras, que con sólo ponerlos en funcionamiento, servían para hacerme feliz y activar la inspiración a veces bastante perezosa. Los otros eran réplicas burdas de mis dos grandes creaciones, a los que cada día procuraba mimar, con la ilusión de aprender a crear muchos juguetes maravillosos, de tal forma que me convertiría en el mejor juguetero del mundo...
Cuando me desperté, me di cuenta de los paralelismos que existían con mi realidad, y me dispuse a seguir dándole cuerda a mi mundo, en busca del engranaje perfecto...
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