Qué día tan especial es el de hoy. Es la cena de nuestro aniversario. No puedo evitar comentarlo con mis amigos por Whatsapp. "Qué nervios, qué emoción" mientras decoro con emoticonos el final de cada frase. Hoy vamos a un restaurante de postín. Venimos tan poco aquí que es necesario subir la foto de la fachada en Facebook y etiquetarnos. Después de todo, "si no lo compartes es como si no hubiera pasado".
Mientras esperamos a que nos atiendan miro el correo en mi móvil, no sea que alguien del trabajo me haya escrito durante las últimas horas. Una vez sentados y hablando de cosas banales llegan los platos. ¡Qué bien presentados! Necesito sacar una foto a estos platos para subirlos a Instagram. Y ya que tengo el móvil en la mano aprovecharé a ver cuántos likes lleva la foto en la que nos hemos etiquetado.
La comida transcurre con normalidad, disfrutamos de nuestras conversaciones amenizada por el sonido delas notificaciones del móvil. En ese momento en que la conversación decae un poco aprovecho para mirar qué ocurre en mi pequeño mundo virtual. Él decide ir al baño, y apenas se ha levantado y mi mano ha volado literalmente al bolsillo para compartir con mis amigos al otro lado del teléfono los pormenores de la cena.
Es el momento del postre y obviamente nos tenemos que sacar una foto, así que le pedimos al camarero que inmortalice este momento. Una vez hemos pagado llamo a un Hailo para que nos recoja. "Ha sido un día maravilloso y especial. Te quiero". Este mensaje seguro que conseguirá muchos likes. Mientras le doy a publicar me quedo dormido con una sonrisa en la boca.
jueves, 17 de marzo de 2016
La carrera a ninguna parte
Nos enseñaron a soñar alto, a perseguir siempre aquello que ansiábamos para hacer nuestra vida realidad. Casi desde pequeños empezamos esta carrera hacia ninguna parte, corriendo con una zanahoria delante como los caballos por cumplir los objetivos. Mejores notas, carrera, independencia, amor o un buen trabajo. Da igual el objetivo porque todo requiere esfuerzo, así que nos calzamos nuestro mejor calzado y empezamos a correr.
A veces a paso ligero, otras con más ganas, pero nunca paramos a repostar, no sea que ese trofeo que vemos allá al fondo siga adelante y nos deje completamente atrás. Además en esta carrera de locos no estamos solos y no podemos dejar que nadie nos adelante. Cada vez más ágiles y fuertes, el sudor de nuestra frente es la señal de nuestro esfuerzo. Nuestro corazón bombea más fuerte dándonos alas en los pies para volar hacia la meta. Nos sentimos jóvenes y fuertes, y que no hay objetivo que se nos resista. Vamos saltando vallas, sorteando obstáculos y en ocasiones zancadilleando a la gente de nuestro alrededor. Todo vale por seguir en la carrera hacia nuestros sueños.
Lo que a lo lejos parecía la meta y la satisfacción plena se convierte burlonamente en un punto de checkpoint. Ahora que hemos llegado donde queríamos esto parece no ser suficiente. Nunca lo es y no podemos parar. Debemos seguir para llegar a la meta de verdad. Un mayor reto, un mayor esfuerzo, pero también una copa más grande, rodeada de reconocimiento y de champán que no para de desbordar.
Corre y sigue corriendo, porque aunque ya no eres tan joven crees que tienes más claros tus objetivos. Corre y aprieta el paso. No dejes que nadie te pise y continua tu camino hacia tus sueños. Tras el arcoiris se encuentra el caldero de las monedas de oro y no podemos dejar que desaparezca... o se lo lleve otro.
La copa de oro ya no es suficiente, y queremos el caldero de monedas. Más tarde las monedas no eran tan doradas como pensábamos y queremos el cofre del tesoro. Pero el cofre finalmente estaba medio vacío así que necesitamos ir a por las joyas de la corona. Nunca es suficiente y la carrera no termina. Seguimos corriendo en la rueda del hamster a toda velocidad, intentando llegar más lejos para ser mejores sin darnos cuenta de que seguimos anclados en el mismo sitio.
Más viejos, más cansados e incansables por seguir corriendo. Que alguien pare esta rueda porque yo me quiero bajar.
miércoles, 16 de marzo de 2016
Impulso Creativo
Ocurre cuando menos te lo esperas. A veces trabajando, otras ocioso en casa y en ocasiones de camino a alguna parte. Tu cabeza, que generalmente vive aprisionada bajo el yugo del orden y del control, se libera con disimulo de sus cadenas y comienza sutilmente a formar nubes de ideas a medio terminar que empiezan a poblar el cielo de tu mente. Bajo este cielo encapotado es necesario obrar con sigilo, pues estas ideas a medio terminar son muy volátiles y sensibles a la mirada crítica, y a poco que se cuestionen o se fuercen desaparecen como pompas de jabón, quedando el recuerdo de algo que pudo haber sido.
Una vez hecho esa acercamiento silencioso típico del cazador que acecha a su presa, es el momento de concentrarse y dejar a que todo fluya. Apenas acariciando estas ideas con suavidad la maquinaria se enciende. De pronto, este humo difuso que puebla nuestra mente empieza a generar una corriente eléctrica de alto voltaje. Rayos de luz empiezan a unir unas nubes con otras, rebotando e iluminando la oscuridad de nuestro cerebro hasta que ya no puede dejar de brillar.
Entonces tu cuerpo ya ha dejado de ser tuyo. Tan solo viendo tus ojos en trance buscando con ansias algo para escribir es suficiente para diagnosticar los síntomas. Por tus venas ya no fluye sangre, sino creatividad en estado puro que hace que tus manos estén poseídas y no puedan parar de crear, liberando toda la energía en ese trozo de papel que tienes entre manos. Hablas rápido y sin sentido intentando explicarlo, pero tu cabeza va más rápido que el lento cuerpo en el que tus ideas se han reencarnado. Más color, más trazos, más texto, más atención. Tu nuevo mundo se reduce ese papel que da igual lo grande que sea, porque sentirás que no es suficiente para culminar todo tu torrente creativo.
Tras esos minutos de locura creativa, súbitamente recuperarás el sentido. Te sentirás fatigado, sudado y excitado. Notarás que tu corazón todavía cabalga muy rápido, como si hubieras corrido una maratón. Tu respiración tardará un poco más en normalizarse. Tu visión, en un principio borrosa y difusa, empezará a recuperarse de este momento tan intenso. Es entonces cuando llevas tu vista al papel y empiezas a asombrarte por aquello que has creado. No puedes creerlo, pero detrás de ese trazo febril y acelerado se encuentra algo de no eres capaz de entender que haya salido de tus manos. No puedes evitar sonreír y mirar al infinito: Una nueva idea ha nacido.
Una vez hecho esa acercamiento silencioso típico del cazador que acecha a su presa, es el momento de concentrarse y dejar a que todo fluya. Apenas acariciando estas ideas con suavidad la maquinaria se enciende. De pronto, este humo difuso que puebla nuestra mente empieza a generar una corriente eléctrica de alto voltaje. Rayos de luz empiezan a unir unas nubes con otras, rebotando e iluminando la oscuridad de nuestro cerebro hasta que ya no puede dejar de brillar.
Entonces tu cuerpo ya ha dejado de ser tuyo. Tan solo viendo tus ojos en trance buscando con ansias algo para escribir es suficiente para diagnosticar los síntomas. Por tus venas ya no fluye sangre, sino creatividad en estado puro que hace que tus manos estén poseídas y no puedan parar de crear, liberando toda la energía en ese trozo de papel que tienes entre manos. Hablas rápido y sin sentido intentando explicarlo, pero tu cabeza va más rápido que el lento cuerpo en el que tus ideas se han reencarnado. Más color, más trazos, más texto, más atención. Tu nuevo mundo se reduce ese papel que da igual lo grande que sea, porque sentirás que no es suficiente para culminar todo tu torrente creativo.
Tras esos minutos de locura creativa, súbitamente recuperarás el sentido. Te sentirás fatigado, sudado y excitado. Notarás que tu corazón todavía cabalga muy rápido, como si hubieras corrido una maratón. Tu respiración tardará un poco más en normalizarse. Tu visión, en un principio borrosa y difusa, empezará a recuperarse de este momento tan intenso. Es entonces cuando llevas tu vista al papel y empiezas a asombrarte por aquello que has creado. No puedes creerlo, pero detrás de ese trazo febril y acelerado se encuentra algo de no eres capaz de entender que haya salido de tus manos. No puedes evitar sonreír y mirar al infinito: Una nueva idea ha nacido.
domingo, 13 de marzo de 2016
Y nació el amor
Ahí estabas tú, descamisado y tirado en mi cama mirando al infinito mientras me apretabas con ternura hacia tu pecho. El silencio nos envolvía con suavidad arropándonos en este momento de intimidad. Mientras escuchaba el bombeo de tu corazón te observaba de reojo viendo como tus ojos no se despegaban su vista del techo y notando tu mente muy lejos de mí. Quizás flotando entre las estrellas que tus pupilas parecían observar. A pesar de notar el calor de tu pecho en mi cara me sentía excluido de ti y de ese plan que conjurabas con los cielos. No pude evitar estremecerme.
Fue esa corriente fría que sentía la que te sacó de tus ensoñaciones. Tus párpados se cerraron como quien cierra el libro que estaba leyendo y apretaste tu mano para hacerme sentir que estabas ahí. Lentamente tu cabeza se giraba hacia mí mientras tus ojos volvían a despertar, pero esta vez sentía que buscaban las estrellas en los míos. Tu mirada, cargada de tantas cosas indescifrables me descontrolaba y me ponía nervioso. Tanto era así que no pude evitar rehuirte para darte la espalda haciendo un pequeño amago de rencor por la previa exclusión.
Fue entonces cuando me abrazaste por detrás y el tiempo se paró. El silencio se desvanecía por el sonido de tu voz que entonaba una canción que jamás había escuchado. El aire que traía las notas de tus compases soplaba suavemente detrás de mis orejas, asegurándose de que aquel mensaje de amor llegara efectivamente a su destino. Cerraba los ojos para poder absorber cada uno de las notas que me estabas regalando. Aquella canción.. ¿Acaso era eso lo que consultabas con los cielos? No pude evitar sonreír. Mientras me girabas con suavidad para encontrar tus labios con los míos me daba cuenta que ya no tenía escapatoria. El amor me había alcanzado otra vez.
sábado, 12 de marzo de 2016
Un mundo de irrealidad
En una burbuja anclada en el Tiempo y el Espacio las leyes se emborronan para conformar un lienzo en blanco para la imaginación. El cielo cambia de color cada segundo y la lluvia solo aparece para dramatizar las secuencias que allí se relatan,. En este mundo de fantasía las alegrías se maximizan hasta más allá del absurdo mientras que el sufrimiento es efímero y solo es el preludio de un abrazo protector o de una sorpresa relativamente inesperada que cambia el azul por el amarillo.
Disfrutamos como un niños imaginándonos como un héroe protector de la galaxia, encontrándonos de bruces con un amor de esos que se dicen que son para toda la vida mientras el mundo aplaude nuestros logros en el ámbito profesional. Nada es demasiado irreal, cursi o imposible para las cosas que ocurren en nuestra pequeña burbuja donde siempre seremos guapos, las arrugas no mancillarán nuestro rostro y siempre tenemos la razón. ¡Cómo no disfrutar de un mundo que gira en torno nosotros!
Este oasis de irrealidad nos acompaña siempre agazapado en nuestra mente, esperando el momento oportuno para secuestrarnos y sacarnos de los problemas del día a día con la intención de imaginar y reinventar la realidad. En ocasiones apenas son unos minutos, otras son horas que se acaban uniendo en días, deleitándonos de nuestra realidad virtual.
Desgraciadamente ni el lugar más perfecto del mundo es perfecto. La arquitectura de sus edificios es una caricatura de la realidad, y los momentos que allá acontecen únicamente son equiparable a lo que nuestra imaginación puede abarcar, olvidando que por muy idílico que pueda ser este mundo no deja de ser una ficción.
Es aquí, en el asfalto de las calles donde se juega el verdadero partido. Aquí, donde los golpes que recibimos nos enseñan a esquivarlos y el sudor de nuestra frente sabe a nuestro esfuerzo, porque nada es comparable a sentir el roce de unos labios después de las dudas previas, o cuando nuestro corazón bombea tan deprisa que parece que se nos va a escapar. Por eso, que se escape el sudor por nuestros poros mientras follamos, que las agujetas nos perforen después del ejercicio y la rabia inunde nuestros sentidos tras perder el control, porque la vida es como es. Indomable, salvaje y superior a nosotros mismos.
Pero a pesar de todo, y por mucho que intentemos sintetizarla en nuestro mundo de irrealidad, nada es comparable a salir a la calle y arriesgarse.
Disfrutamos como un niños imaginándonos como un héroe protector de la galaxia, encontrándonos de bruces con un amor de esos que se dicen que son para toda la vida mientras el mundo aplaude nuestros logros en el ámbito profesional. Nada es demasiado irreal, cursi o imposible para las cosas que ocurren en nuestra pequeña burbuja donde siempre seremos guapos, las arrugas no mancillarán nuestro rostro y siempre tenemos la razón. ¡Cómo no disfrutar de un mundo que gira en torno nosotros!
Este oasis de irrealidad nos acompaña siempre agazapado en nuestra mente, esperando el momento oportuno para secuestrarnos y sacarnos de los problemas del día a día con la intención de imaginar y reinventar la realidad. En ocasiones apenas son unos minutos, otras son horas que se acaban uniendo en días, deleitándonos de nuestra realidad virtual.
Desgraciadamente ni el lugar más perfecto del mundo es perfecto. La arquitectura de sus edificios es una caricatura de la realidad, y los momentos que allá acontecen únicamente son equiparable a lo que nuestra imaginación puede abarcar, olvidando que por muy idílico que pueda ser este mundo no deja de ser una ficción.
Es aquí, en el asfalto de las calles donde se juega el verdadero partido. Aquí, donde los golpes que recibimos nos enseñan a esquivarlos y el sudor de nuestra frente sabe a nuestro esfuerzo, porque nada es comparable a sentir el roce de unos labios después de las dudas previas, o cuando nuestro corazón bombea tan deprisa que parece que se nos va a escapar. Por eso, que se escape el sudor por nuestros poros mientras follamos, que las agujetas nos perforen después del ejercicio y la rabia inunde nuestros sentidos tras perder el control, porque la vida es como es. Indomable, salvaje y superior a nosotros mismos.
Pero a pesar de todo, y por mucho que intentemos sintetizarla en nuestro mundo de irrealidad, nada es comparable a salir a la calle y arriesgarse.
lunes, 7 de marzo de 2016
Momentos
En la vida todo son momentos que solo duran un instante, mosaicos de sensaciones que como las golondrinas de Becquer ya no volverán. El tiempo, la luz, las personas a tu alrededor o el propio estado físico y mental confluyen en cada segundo para cristalizar toda esa miríada de factores en una de los millones de situaciones que tenemos cada día. Unos épicos, otros anodinos, pero todos ellos forman parte de un río que ya no podremos volver a cruzar.
El tiempo pasa inexorable mientras en el fino hilo de la vida vamos atesorando cada una de estas vivencias como cuentas de un collar. Y esto ocurre casi sin darnos cuenta porque forma parte de nuestra propia existencia.
Ese desayuno rápido antes de ir a trabajar de la semana pasada, las carcajadas con los compañeros mientras trabajábamos hasta tarde hace un mes, o ese momento húmedo bajo las sábanas que únicamente sucedió en nuestra imaginación cuando fantaseaba fugazmente con el chico que iba en el autobús ayer. Son pequeños momentos que conforman nuestro día a día y que sin darnos cuenta conforman las acciones que ocurrirán mañana.. o quizás en un año o dos.
Sabemos demasiado poco de la vida porque estamos demasiado metidos en ella. Tomamos poco en serio los pequeños momentos esperando a que ocurran los grandes y perseguimos con poca frecuencia las oportunidades de hacer algo grande porque vivimos enfrascados en las pequeñas cuentas del día a día sin levantar la vista del ordenador.
Momentos que construyen una vida. Momentos absurdos, divertidos o anodinos. Con más o menos glamour son las piedras en las que se cimenta nuestra existencia. El día que las perdamos dejaremos de ser nosotros mismos.. y qué poco los valoramos.
La vida sigue su baile con el tiempo sin darnos cuenta que este se acaba y que este collar que vamos construyendo algún día se quedará sin hueco para una nueva cuenta. La vida son momentos y nunca sabremos cuándo es el último. ¿Tienes un momento?
El tiempo pasa inexorable mientras en el fino hilo de la vida vamos atesorando cada una de estas vivencias como cuentas de un collar. Y esto ocurre casi sin darnos cuenta porque forma parte de nuestra propia existencia.
Ese desayuno rápido antes de ir a trabajar de la semana pasada, las carcajadas con los compañeros mientras trabajábamos hasta tarde hace un mes, o ese momento húmedo bajo las sábanas que únicamente sucedió en nuestra imaginación cuando fantaseaba fugazmente con el chico que iba en el autobús ayer. Son pequeños momentos que conforman nuestro día a día y que sin darnos cuenta conforman las acciones que ocurrirán mañana.. o quizás en un año o dos.
Sabemos demasiado poco de la vida porque estamos demasiado metidos en ella. Tomamos poco en serio los pequeños momentos esperando a que ocurran los grandes y perseguimos con poca frecuencia las oportunidades de hacer algo grande porque vivimos enfrascados en las pequeñas cuentas del día a día sin levantar la vista del ordenador.
Momentos que construyen una vida. Momentos absurdos, divertidos o anodinos. Con más o menos glamour son las piedras en las que se cimenta nuestra existencia. El día que las perdamos dejaremos de ser nosotros mismos.. y qué poco los valoramos.
La vida sigue su baile con el tiempo sin darnos cuenta que este se acaba y que este collar que vamos construyendo algún día se quedará sin hueco para una nueva cuenta. La vida son momentos y nunca sabremos cuándo es el último. ¿Tienes un momento?
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