Disfrutamos como un niños imaginándonos como un héroe protector de la galaxia, encontrándonos de bruces con un amor de esos que se dicen que son para toda la vida mientras el mundo aplaude nuestros logros en el ámbito profesional. Nada es demasiado irreal, cursi o imposible para las cosas que ocurren en nuestra pequeña burbuja donde siempre seremos guapos, las arrugas no mancillarán nuestro rostro y siempre tenemos la razón. ¡Cómo no disfrutar de un mundo que gira en torno nosotros!
Este oasis de irrealidad nos acompaña siempre agazapado en nuestra mente, esperando el momento oportuno para secuestrarnos y sacarnos de los problemas del día a día con la intención de imaginar y reinventar la realidad. En ocasiones apenas son unos minutos, otras son horas que se acaban uniendo en días, deleitándonos de nuestra realidad virtual.
Desgraciadamente ni el lugar más perfecto del mundo es perfecto. La arquitectura de sus edificios es una caricatura de la realidad, y los momentos que allá acontecen únicamente son equiparable a lo que nuestra imaginación puede abarcar, olvidando que por muy idílico que pueda ser este mundo no deja de ser una ficción.
Es aquí, en el asfalto de las calles donde se juega el verdadero partido. Aquí, donde los golpes que recibimos nos enseñan a esquivarlos y el sudor de nuestra frente sabe a nuestro esfuerzo, porque nada es comparable a sentir el roce de unos labios después de las dudas previas, o cuando nuestro corazón bombea tan deprisa que parece que se nos va a escapar. Por eso, que se escape el sudor por nuestros poros mientras follamos, que las agujetas nos perforen después del ejercicio y la rabia inunde nuestros sentidos tras perder el control, porque la vida es como es. Indomable, salvaje y superior a nosotros mismos.
Pero a pesar de todo, y por mucho que intentemos sintetizarla en nuestro mundo de irrealidad, nada es comparable a salir a la calle y arriesgarse.
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