Tal y como era de suponer para las personas que todavía confían en la lógica, en esa habitación no se encontraba mi abuela.
En su lugar había un joven postrado en esa cama. Estaba lleno de morados y contusiones. Su torso y sus brazos estaban recubiertos por vendas que ocultaban lo que parecían heridas más graves. En su cara, un tubo enorme facilitaba su respiración y, a su lado, había máquinas que le regalaban un hálito de vida más. Estaba al borde de la muerte.
No pude reprimir mis ganas de gritar. Las lágrimas salían a borbotones de mis ojos mientras me acercaba hacia la cama. No podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Ese joven era yo.
Entonces recordé. Era miércoles, y justo cuando iba a casa, ocurrió. Recuerdo los faros de coche que se avalanzaba hacia a mí, ese segundo de falta de reacción y la incapacidad de hacerme hacia un lado. Recordé el dolor de nuevo, de cómo mis huesos se rompían y mi cabeza chocaba contra el pavimento. Ahora recordaba la ambulancia, y esa enfermera rubia que me practicaba los primeros auxilios... Así que era eso... El puzzle había vuelto a encajar, y finalmente me había reencontrado conmigo mismo. Había visto mi vida entera pasar en estos días.. De repente, me sentí muy cansado. Me cogí la mano, y cerré los ojos...
Oía a mi madre llamarme incansablemente por mi nombre, y noté que alguien me cogía de la mano, que me daba fuerzas para salir... Era como estar en a varios metros bajo el agua y poder reemprender el camino a la superficie...
Abrí los ojos pesadamente y ante la atónita mirada de mi madre, sólo pude balbucear: "Mamá, ¿Qué día es hoy?
FIN
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