miércoles, 19 de octubre de 2011

Vuelta al reloj (VIII)

Nada más despertarme, ya sabía que hoy sería el último miércoles. Para bien o para mal, todo se terminaría. Mi cuerpo apenas respondía a lo que le pedía. Era como si me hubieran dado una paliza la noche anterior. Veía borroso y un terrible dolor de cabeza me daba los buenos días, como una dura resaca de cinco noches inundadas de alcohol. Estaba claro que el plazo estaba ya por agotarse, y parecía que de mis cinco días, alguien se había robado uno por el camino.

A pesar de mi situación física tan al borde del abismo, mi mente se encontraba lúcida y tranquila, como si las acciones de los días anteriores realmente me estuvieran acercando finalmente a mi meta. Todavía tenía esperanza de que podía escapar de esta realidad que parecía hacerse pedazos.

Sin moverme de la cama, pensé en estos días, donde había reconectado con toda mi vida. Mi niñez, mi familia, mis amigos, mis amores, los lugares que solía frecuentar... Había vuelto a los lugares que más significaban para mí, y eso hacía que realmente me sintiera en paz. Sentía que faltaba poco para liberarme, sólo un candado más me tenía retenido a esta realidad, una espina clavada que no tenía del todo identificada... Y entonces caí.

A duras penas, conseguí ponerme en pie. Tuve una auténtica batalla conmigo mismo por vestirme y asearme con algo de dignidad. Estaba claro que no estaba en condiciones de coger el coche puesto que lo más probable es que consiguiese atraer a la muerte antes de tiempo, y aun me quedaba por jugar mi última carta. Salí a la calle y llamé a un taxi.

- Al hospital, por favor

Me di cuenta de que había visto, de alguna forma u otra, a todas las personas que han significado para mí en todos estos años, pero me faltaba una sola, que ya no se hallaba en este mundo. Mi abuela, que hace tantos años había fallecido, no aparecía en todos esos recuerdos que había vuelto a recrear. Ella había sido muy especial para mí, y es la que me ayudaría a completar el puzzle, ella era la última pieza del rompecabezas de mi vida. La necesitaba para reencontrarme conmigo mismo. 

En el cementerio no existía una lápida en su nombre, y ya la casa donde ella vivió no existía como tal. Por eso, el único sitio en el que podía reconectar con ella era en el hospital, donde pasó sus últimos meses de vida, donde la acompañé durante todas las horas que hicieron falta para hacerla feliz. Tal y como funcionó con mis amigos, con los que reconecté con todos desde la playa, pensé que sería posible hacer lo mismo con mi abuela. No tenía demasiada lógica, pero dejaba que mi corazón decidiera. Siempre he sido una persona muy emocional, y esperaba que mis instintos no me fallaran esta vez.

Sin detenerme un instante, fui hacia esa habitación. Esa habitación en al que hubo un tiempo en que podía ir hasta con los ojos cerrados. Fui sin que las enfermeras o los médicos pudieran detenerme. Corrí  malamente, intentando ignorar el dolor que sentía en mi cuerpo hasta la puerta 502. La puerta estaba abierta.. y entré....

Fue entonces cuando me reencontré conmigo mismo, aunque no de la forma que yo creía.


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