martes, 19 de agosto de 2008

Tijiri


Llevo incontables noches en vela pensando en ti, viendo cómo el Tiempo te maltrata. Tus ojos pierden su luz y tu cuerpo se marchita como las flores en invierno. Mis ojos acuosos buscan ser la medicina de tu mal, mis manos ser el alivio de tus horas de dolor, pero es en vano. Tus labios no se curvaban mostrando felicidad desde hacía meses, y el sudor perlaba tu frente mostrándome el sufrimiento que padecías. Sentía que no podía hacer nada para luchar contra el Destino, que estabas condenado a desaparecer para siempre, llevándote contigo mi corazón, mis ilusiones, mi vida…

Cansada de tanto llorar, tomé una determinación. Me alejé de tu cuerpo que apenas respiraba para correr hacia el balcón, buscando en los cielos la brillante luna que brillaba en la noche. Me sequé las lágrimas y juré que haría lo que fuera por ti. Por tu amor… incluso sacrificar mi vida si era necesario. Sin ti mi vida estaba vacía… No volvería a comer hasta que mi amado se recuperase. Si moría de enfermedad, yo moriría de inanición. Grité al cielo mi pacto con desesperación. De repente, las nubes se rielaban, ocultando a la luna, que se llevaba consigo mi promesa. Me sentí sola y desamparada. Entre lágrimas de desconsuelo, mi súplica terminó en sollozos, llevándome a un profundo sueño. Una voz resonó dentro de mí “Hasta que la luna no vuelvas a ver…”

La luz del sol me descubrió en el suelo de la terraza, mientras mi amado seguía acostado viendo las horas pasar. Todo parecía igual, pero yo había marcado mi destino. “Hasta que la luna no vuelvas a ver…” La frase resonó en mi cabeza, como una advertencia, y yo cumpliría sin dudarlo.

Los sirvientes sorprendidos, retiraron los platos de la mesa sin haber probado ni una miga de pan, y aún más con mi orden de repartir todas las comidas que me restaban del día a los mendigos del barrio. Con cada gruñido de mi estómago, sentía que aquel hombre que reposaba en la cama se llenaba con un poco de mis fuerzas. Me sentía viva, útil. Lentamente reptaron las horas hasta dar paso a la oscuridad de la noche, mas las nubes oscuras ocultaban el cielo, sumiendo el barrio en tinieblas. Resignada, fui al lecho a descansar. Aguantaría el tiempo que hiciera falta, aunque la luna se ocultase para siempre, ella la esperaría con paciencia.

Así pasaron varios días, acompañado de sus oscuras noches sin luna. Mientras los mendigos del barrio se arremolinaban en busca de comida, yo decidí encerrarme en la terraza, donde miraba distraídamente los cielos, en busca de la luna, y observaba como mi amado seguía muriendo lentamente. Aquella noche, miré ligeramente los cielos, pensando que encontraría a mi luna jugando al escondite otra vez. Cuando me disponía a descansar, el brillo de la luna llena se hizo presente como nunca había visto en la vida. Tan bella, tan grande, que no pude reprimir mis lágrimas. Corrí escaleras abajo, y nuestros ojos se encontraron. Tú me sonreíste… y para mí fue suficiente.

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