domingo, 17 de agosto de 2008

Una partida de cartas


Obligados a sentarnos a la mesa a jugar. Nunca fue decisión nuestra participar, pero alguien nos repartió las cartas con las que comenzar. Hay millones de jugadores, pero sólo vemos a los que tenemos al lado. El crupier que nos ha dado las cartas está oculto entre las sombras. Todo está cubierto de sombras, salvo el verde tapete donde se hacen las apuestas y se arrojan las cartas.

Con más o menos suerte, empezamos a jugar sin saber exactamente las reglas del juego.
Cambiamos nuestras cartas, arriesgamos y apostamos por conseguir lo que con el tiempo averiguamos el premio gordo de la casa. Nunca nadie fue ganador absoluto de este juego. Aunque juegues tus cartas lo mejor que puedas, al final siempre tendrás que abandonar. Pero si hubo muchos perdedores, y otros que decidieron abandonar la timba a la mitad. Incontables derrotas sonadas donde se pierde todo en una mala jugada, innumerables quejas al crupier, a los jugadores… La mesa está moldeada por los puñetazos y patadas de resignación, pero este juego tiene reglas muy complicadas, y aunque parezca injusto, en el tapete las cosas funcionan así.

Al final todos pierden. Sin saber cómo ni porqué, un hombre de dos metros de alto, oculto bajo un traje oscuro, te pide que le acompañes: La partida ha terminado para ti. Nunca se sabrá más de ti, y en la mesa de vez en cuando saldrá tu nombre, aunque con el tiempo desaparecerá como el humo de los cigarros y puros, porque siempre entran nuevos jugadores a la mesa, y hay que estar atentos para desplumar al primero que pase.

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